Sunday, October 19, 2008

El fin de una era.


Y de una temporada y de una serie.

Pero antes, los consabidos antecedentes:

Jericho es una serie televisiva que se enfocó en los sucesos acontecidos en el pueblo de Jericho, Kansas, a partir de un ataque nuclear a 23 ciudades a través de todo Estados Unidos. Qué pasó con los pueblos pequeños que quedaron aislados y cómo lidiaron con la escasez de alimentos, agua, medicinas, energía, etc, es lo que Jericho responde.

La serie, desde su primer episodio fue impactante. Tan sólo los teasers, mostrando a un niño sobre un tejado, observando un hongo atómico a lo lejos (tentativamente Denver, Colorado), eran impactantes, tocando venas que a nadie le gusta que le toquen. ¿Qué pasaría si de verdad se materializa un ataque nuclear? Ok, las grandes ciudades desaparecen, ¿y los pequeños pueblos? ¿Sobreviven o agonizan?

Comencé a ver Jericho, hace poco menos de un año. En noviembre, cuando mi papá y yo enfilamos hacia San Miguel de Allende. Al llegar, como decidimos encerrarnos esa noche y no había tele, yo tomé los CD's de la primer temporada y puse el primero en la laptop, esperando quedarme dormida en el proceso. Gran error. No pude dormir hasta después de como 4 o 5 episodios de corridito y eso porque los ojos de plano ya no me daban para más.

Me capturó inmediatamente. El argumento principal es un tema que francamente me aterra. ¿Qué pasaría si las mayores ciudades de Estados Unidos fueran atacadas? Es un miedo que te entra cuando tienes asuntos importantes en Estados Unidos, si no, ¿en qué afecta? Bueno, uno de mis mayores terrores, desde 9/11 es ver afectada a mi familia allá, mi hermana y mis dos sobrinos.

Así que seguí metiéndome en la trama, descubriendo las historias de cada uno de los habitantes de Jericho, generando lazos ficticios de empatía. La familia Green, con sus guapísimos hijos Eric y Jake (ver volver a Skeet Ulrich de las películas teens noventeras, a un papel tan lejos del de galancito picarón, es una delicia).

Cuando me despaché todos los capítulos de la primer temporada, se me quemaban las nachas porque saliera la segunda. Esa sí la vería en tele, para esclavizarme al horario, morirme con los cliffhangers, ya saben, todo eso. Y de pronto, me topo con la noticia de que ¡no habrá segunda temporada!

WTF!!

¿Cómo de que no? ¡No me podían dejar con el jesus en la boca, después de que Jake dice, a mitad de una guerrilla: nuts. ¡Simplemente era tortura!

Bueno, no fui la única que se sintió salvajemente violada con tal aberración. Miles de fans se sintieron igual de ultrajados y, motivados por Jake Green y la historia de su abuelo, enviaron miles de kilos de nueces a las oficinas de CBS, la cadena que transmitió la primer temporada, para que la historia no quedara tan inconclusa y Jericho regresara al aire.

Así que, en respuesta a sus saladas súplicas, los productores decidieron lanzar una mini segunda temporada de 7 episodios, que diera un cierre decente a todas las interrogantes de la primer temporada. Y bueno, en eso gasté mi noche de sábado parotidítico: saborear uno tras otro esos episodios, que no hace mucho transmitieron de igual manera por AXN, pero que por alguna razón me perdí.

En fin, después de casi un año de angustiante espera lo hice y me quedé con un intenso pero satisfactorio sabor de boca. Y con esa paranoia de que debe haber más, tal vez no como Jericho, pero sí en ese aspecto. Más que paranoia, es la esperanza. De ver un viejo conocido, de recordar ciertos detalles, de descubrir un crossover o una referencia en otra parte.

Es como con Batman, habrán que pasar varios años para que mis teorías de conspiración sobre el regreso de Dos Caras y la llegada de Gatúbela se vean respondidas (eh, no soy la única en este mundo que piensa así, algo deben hacer los productores para satisfacer a sus mascotitas que somos los consumidores).

Bueno, pero estamos con Jericho, no me dejen ir a mi rincón oscuro que es Batman, porque me pierden. Esta noche, me despedí de personajes que se volvieron esenciales en mi cultura pop. Jake Green, Hawkins, Stanley, Bonnie, Mimi, el hijueputa de Goetz, los diminutos policías anónimos que resurgieron como verdaderos héroes (y que ni así puedo recordar sus nombres).

Pero además, Jericho representa algo más que sólo la pasión por una historia. Vi Jericho en días muy agradables para mí, en una etapa muy padre de mi vida. Si bien no sobreviví a una de las mejores temporadas de conciertos de México, pasé momentos muy padres con diferentes personas que en ese tiempo significaban mucho para mí.

Hoy, viendo el final alternativo que no fue transmitido por televisión, me queda la certeza de que tal vez Jericho regrese, por lo menos sus personajes clave y una nueva historia enlazada. Pero también me queda la certeza de que esa etapa del año pasado de la que hablo ya pasó. No sé si para bien o para mal, porque no podría decir que estoy mejor que entonces, pero tampoco podía decir que si hubiera seguido por ese camino, ahorita estaría mejor.

No niego que relaciono Jericho con ese tiempo, con el trabajo que tenía, con la gente con la que compartía mi tiempo entonces. Ya no está ninguna de esas cosas en mi vida ahora, pero creo que así todo está bien. Que pudo estar mejor, sin duda, pero ese es un reproche que me hago cada año y olvido inmediatamente, especialmente en las fechas en las que todos solemos hacer ese tipo de reflexiones. Así que, ¿por qué hacerlas más de una vez al año? Mejor me espero hasta diciembre para poner mi vida sobre la balanza y ver qué le sobra y que le falta.

Por lo menos hoy, duermo tranquila, sabiendo que la historia de Jericho terminó bien. La de Estados Unidos, la del mundo... quién sabe, pero Jericho pasó la prueba y nos despedimos, hasta la ocasión en que se me antoje sentarme nuevamente a soplarme toda la temporada de un jalón.

Igual con los recuerdos, esos los retransmiten en la tele de mi cabeza y no necesito checar los horarios.

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